Toca ya
la siguiente parada: el Museo Egipcio. Nuestro amigo taxista nos deja muy cerca
y nos esperará allí hasta que salgamos. Descarga la silla de ruedas de la vaca
del taxi y nos ponemos en marcha, aunque comprobando que las calles no están
muy preparadas para ir cómodamente en una silla de ruedas. Al lado de las
taquillas, se nos ofrece una guía de habla español para acompañarnos, así que
recorrimos el museo con toda clase de explicaciones. Muy interesante.
Lo que
me pareció peligroso en realidad fue cruzar la carretera, sin paso de peatones
y con cientos de coches pasando a toda velocidad, tocando el claxon, y sin
orden ninguno. Hemos visto incluso a una familia de 5 miembros subidos todos en
una moto: 1 niño delante, el padre conduciendo, después la madre con un bebé en
brazos y detrás otro hijo con una bolsa grande llevándola del brazo.
Llegamos
a la tienda de perfumes y allí nos dan a oler un montón de ellos, que acabas
con un mareo de aromas… Nos ofrecen té con menta que nos tomamos pero acabamos
sin comprar nada.
Nuestro
amigo taxista nos espera al lado del rio Nilo. Nos asomamos para ver los
barquitos que te llevan a dar un paseo, con música y algo de beber y comer. El
ambiente está animado, pero nos vamos en el taxi a buscar algún sitio más
tranquilo para comer. Saúl y Luna se comen un sándwich madrileño, unos huevos
cocidos, manzana y un bollito dentro del taxi, que con el atasco que hay ya nos
han dado las tantas y aún no hemos comido. Al final acabamos haciendo una
comida – merienda – cena en un restaurante muy apañado al que nos ha llevado
nuestro amigo Abdel, el taxista.
Llegamos
al hotel: toca ducha para quitarnos la arena del desierto. Saúl y Luna se
quedan viendo una peli y nosotros nos vamos a ver una actuación en directo que
hay en el hotel.
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