Hoy era
un día de transición. Nos levantamos pronto, para coger el avión que nos
llevará a Aswan. Sólo una hora y media de vuelo, pero más de 3 de traslados y
esperas en el aeropuerto.
Llegamos
a nuestro barco 5 estrellas a la hora de
comer, y compartimos mesa con una familia mexicana. La comida es tipo buffet
pero bastante decente. Las bebidas aparte para que no dejemos de soltar libras,
pese a lo de “pensión completa”.
Sin
tiempo para una siesta en nuestra imponente habitación, salimos a pasear para
ver que podemos visitar. Una calesa de caballos nos ofrece ir hasta el puerto
en el que salen las falucas (pequeñas embarcaciones a vela, que se manejan
haciendo zig-zag por las aguas del Nilo). Negociado el precio de la travesía,
nos proponen la visita a un poblado Nubio, con un paseo en camello, hasta una
cima al borde del desierto. De vuelta a nuestra embarcación, y ya anocheciendo,
nos queda una parada para visitar la casa del poblado Nubio en la que nos
muestran los cocodrilos que tienen como “mascota”, nos los prestan para la
foto, y nos venden un supuesto colmillo de la criatura. Luna se hace un tatuaje
de Henna, y volvemos a la Faluca, que ya a golpe de remo nos cruza a la otra
orilla del río. Allí nos espera el “amigo” Antonio con su calesa para
devolvernos al barco a tiempo para la cena.
Una
tarde que con el apoyo de la silla periódico me permite ver muchas cosas, sin
andar demasiado. Igualmente la lumbalgia se resiente de tanto traqueteo.
Llegamos
a la habitación muy cansados, ponemos la
tele y…¡Sorpresa! – Está jugando el Atletí en directo, en una cadena árabe con
comentarios en inglés. Definitivamente la globalización nos está superando.
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